El amor implicito de Dios
La amistad es una experiencia teológica. Pocos saben descubrir toda su hondura y delicadeza.
Simone Weil en su libro "Attente de Dieu" dice que la amistad es “uno de los amores implícitos indirectos de Dios, en todo su rigor y distinto del amor al prójimo…”
La amistad es un lugar teológico donde Dios se hace cercano y nos manifiesta en una delicada expresión su cercanía y confianza, nos hace tener una mirada limpia sobre tu vida… donde brota la alegría, el impulso que te hace sobrevolar las dificultades. Es el lugar donde el dolor es menos dolor. Donde la alegría es más alegría…
Es el sacramento donde descubrimos cómo Dios cree en nosotros y apuesta por nosotros …
Lo dice la Sagrada Escritura: Quien encuentra un amigo fiel tiene un tesoro (Sirac 6,4)
Toda amistad verdadera es un don, como también es un gran dolor perder una la amistad. Cuando por “un desencuentro o una incomprensión” se pierde la confianza, la expresión se mide, los silencios remplazan a los diálogos...
Cuando comienza el corazón a no sentir necesidad de encuentros...
Bien lo sabemos todos... la amistad no es cuestión de tiempo sino de corazón…
Una amistad verdadera tiene “la necesidad básica, espontánea de comunicación y de ayuda mutua… sin necesidad de programas ni de medidas… Es como la respiración del alma, uno respira sin pensar. La muerte de una amistad, lleva consigo una profunda y dura experiencia espiritual, como la lleva igualmente el desamor de un padre para con sus hijos…
Cuando uno ha vivido la experiencia de ruptura se sabe lo duro que es vivir sintiendo una fisura en su propia alma. Algo valioso, una parte de ti mismo se ha roto... Sientes que te han cortado las alas para volar por la vida y que tienes que volver a acostumbrarte a caminar pesadamente por el camino llevando siempre a tus espaldas el recuerdo de la cumbres que viste desde lo alto…
Dice Saint Exupery en el Principito: “somos responsables de aquello que hemos domesticado… Eres responsable de tu rosa”
Si, hay una gran responsabilidad en la amistad. Nuestra realidad humana siempre tendrá limitaciones, que no quiere decir que tengan obligatoriamente que poner en peligro la amistad. Solo muere la amistad cuando no se perdona o no se dialoga…
Quien no ama a su prójimo que ve… ¿como puedes decir que ama a Dios que no ve? Dice la epístola de Santiago…Nadie puede asegurar que es fiel a Dios si tampoco es capaz de sobrevolar sus propias limitaciones en un momento determinado y perdonar una incomprensión, una herida. Si el perdón no se derrocha, si la memoria no olvida, si el corazón no se engrandece para acoger al otro más profundamente que cuando sentíamos con supresencia la alegría… “destruimos” la amistad… desperdiciamos un tesoro… Estamos perdiendo la experiencia de un Dios que se asomaba a nuestra vida en los ojos del amigo.
Señor, ayúdanos a abrir nuestro corazón, a saber confiar y amar de verdad. Concédenos la gracia de saber guardar el don de la amistad siendo como tú don para los otros...